Emocionante, vibrante, sentimental, excitante, apasionante, estimulante, conmovedor, emotivo… y un sinfín de adjetivos que podríamos utilizar para calificar este acto. Anoche tuve el placer de asistir al momento cúspide en la vida de un estudiante, su acto de graduación. Lloros, sonrisas y lágrimas podían verse reflejados en aquellos rostros que, absorbidos por un cúmulo de sentimientos, prestaban atención al que sabían era el momento álgido de su etapa formativa.
Entre la multitud, parecía vislumbrarse la sensación del trabajo bien hecho de aquellos estudiantes que un día decidieron coquetear con el conocimiento y sentar las bases de lo que será su legado profesional. Alumnos llegados de diferentes partes del mundo pero que comparten una misma filosofía de vida y que un día decidieron cruzar sus caminos y encontrase en esta crucial etapa. Pero, lo más conmovedor fue observar a aquellos padres, profesores y directivos que, mientras atisbaban entusiasmados los brillantes ojos de los recién titulados, se les encogía el alma al pensar que hubo un tiempo en que fueron ellos los artífices de tal experiencia y que, estoy seguro, guardarán como “oro en paño” en cada rincón de su ser.
Me gusta pensar que, aunque las experiencias se extingan, a todos nos tranquiliza saber que el tiempo se detiene cada vez que alguien decide seguir generando conocimiento para la sociedad. Porque, por mucho que las generaciones maduren, el saber y el continuo aprendizaje perduran en la mente, el corazón y el alma de todos. Y así fue, la graduación de la promoción 2009-13 de ESIC en el Palacio de Congresos, a la que tuve el placer de asistir y disfrutar por primera vez como profesor universitario.
Os incluyo, para mayor satisfacción, el fantástico vídeo que han realizado los estudiantes en conmemoración a su experiencia en ESIC:
Un saludo,
Javier Casanoves